1921-1940

1921-1940

Despierta la vocación

Manuel Muñoz Barberán nace en Lorca, en la calle de la Cava, el 26 de mayo de 1921; hijo de Alejandro y de Bibiana, su segunda mujer. Cinco hijos del primer matrimonio, y cinco más que nacerían posteriormente, de los que sobrevivieron sólo dos: Manolo y Huertas. La situación de la familia, modesta en lo económico y lo social, se agravó de modo notable con la muerte del padre en febrero de 1929.

El padre, Alejandro Muñoz Furió, muere cuando su hijo Manuel no ha cumplido los ocho años

Por esos años comienza a ir a la escuela pública, en la clase de don José Robles, y en 1930 ingresa en la Academia Municipal de Dibujo, dirigida entonces por el pintor Francisco Cayuela, de la que sería expulsado al poco tiempo por falta de disciplina y aptitud para el dibujo, siendo readmitido a ruego de su madre.

Allí ve dibujar a alumnos mayores que él -Emiliano Rojo, Joaquín Ruiz, Marcos Cayuela o Enrique Espín- causándole admiración y una cierta envidia el dominio que ya tenían del carboncillo. Su siempre anárquica formación la completaría con clases de música, recibidas de Jiménez Puertas, y con lecturas de novelas y libros de arte de la biblioteca de Manuel Gimeno, depositada por la tía Vicenta en su casa. Ya desde esta temprana edad mira con atención los cuadros de los templos y casas particulares.

Bibiana Barberán Castillo

Desde 1932 a 1936 la familia se traslada a vivir a Garrucha -la madre, tres hijos y la "Morena", la criada de siempre-, donde Bibiana Barberán desempeña el puesto de telefonista en una de aquellas centralitas manuales. Manuel inicia el bachillerato con don Miguel Forteza y don Bienvenido Mesas, y traba amistad con algunos personajes garrucheros que alentarán sus inclinaciones artísticas. El farero, aficionado al dibujo, le regala su primera caja de lápices y le hace dibujar el castillo de la costa y paisajes marinos; Marcos Martínez le suministra novelas españolas y francesas; y don Pedro Berruezo álbumes de reproducciones de pinturas de importantes museos. El autorretrato de Arnold Böcklin se le queda grabado en la memoria.

Este boceto de una calle de Garrucha, aunque realizado en 1961, evoca imágenes de su infancia.

En esos años llega a Garrucha el "Museo Ambulante" de las "Misiones Pedagógicas", a cuyo frente se encuentran Ramón Gaya, Juan Bonafé y Eduardo Vicente. Será para él una experiencia interesante que confirmó, de alguna manera, su incipiente vocación. En Garrucha cobraría también su primer trabajo: el Ayuntamiento le encarga que pinte un escudo de la República por el que le paga 2'50 pts.

Al margen de esos comienzos en el dibujo, de don Francisco Cayuela ya sólo le quedará el recuerdo de verlo pintar, desde su balcón cerca de la plaza del Ibreño, en una de las escasas veces en que vuelve a Lorca. Cayuela moriría en 1933. También por entonces ve pintar, desde lejos, en un jardín, a Almela Costa que está destinado en el instituto lorquino.

Salvoconducto que permitió, con la guerra ya empezada, la vuelta a Lorca de toda la familia.

Poco después de estallar la guerra civil, la familia tiene que volver a Lorca. Emiliano Rojo modela bustos de Durruti y figuras de milicianos en combate. Muñoz Barberán encuentra colocación en el taller fotográfico de don Juan Navarro Morata, que dirige también por entonces la Academia de Dibujo. Pinta, a su modo, y retoca clichés. Siente un cierto asombro, pero no admiración, por la fotografía.

La trompeta de un ministril del Ayuntamiento, tocada con ímpetu desde un balconcito en la estrecha calle, despierta a la familia y les hace saber que la guerra ha terminado. Siempre hubo urgencia de ganar algún dinero, y la ocasión se presenta entonces pintando los retratos de Franco, José Antonio y Millán Astray. Acepta encargos de temas religiosos y se cree totalmente capacitado para hacerlos. Los realiza con el lógico mediano éxito económico y artístico. No puede hacer otras cosas sino las que estaban al alcance de un pintor que iniciaba su carrera. Solicita una beca de la Diputación Provincial, pero le falta el certificado de prisiones. El joven Molina Sánchez, con quien ya ha trabado amistad, tropieza con dificultades parecidas, sacando la conclusión, ambos, de que aquellas becas estaban adjudicadas de antemano.